La gran fiesta de la sociedad industrial ha llegado a su fin comenta Richard Heinberg un experto en energía y uno de las más efectivos divulgadores de la urgencia de acabar con la dependencia de los combustibles, durante una entrevista publicada en la revista Integral de España.
Todas las deudas ambientales del último siglo están convergiendo al mismo tiempo. La crisis financiera no ha sido más que el preámbulo, y estuvo precedida de una subida fulgurante del precio del petróleo. El agotamiento de los combustibles fósiles nos va a forzar a cambiar radicalmente de modelo económico y de estilo de vida. Si encima de añadimos la presión del cambio climático, la situación es aún más urgente e imperiosa.
El pico del petróleo pudo haberse producido perfectamente en el año 2008. Si bajaron luego los precios fue por la caída de la demanda. En dos o tres años, cuando la demanda alcance los mismos niveles, habrá caído la producción. En fin, hemos entrado en el definitivo callejón sin salida. Con la explotación de los pozos de Irak, las cosas pueden variar ligeramente. Tal vez se vuelva a producir más petróleo de aquí al 2015, pero será una situación temporal que apenas servirá para prolongar la fiesta. El petróleo barato se ha acabado o está a punto de acabarse.
El Petróleo existente en el Ártico es muy caro, y no bajara de 80 USD el barril. Y con esos precios llegaremos a situaciones sin salida como la que experimentamos en el verano del 2008 y que acelero el camino hacia la recesión.
El carbón otro importante combustible que es consumido por el 50% de la energía en los Estados Unidos y a ritmos altísimos de consumo en China actualmente a un ritmo que no es arriesgado predecir que el carbón alcanzara un pico entre el 2025 y el 2030. De hecho, China está comprando minas en Australia ante el previsible, agotamiento de sus recursos. China no puede mantener por mucho tiempo más sus niveles artificiales de crecimiento económico al 8% anual. Tarde o temprano va a topar con sus propios límites y uno de ellos puede ser fácilmente el carbón.
No hay carbón limpio hoy por hoy es la fuente de energía más sucia que existe, y la que más estragos causa al medio ambiente y más contribuye al cambio climático. Las nuevas tecnologías para mitigar sus efectos y secuestrar el CO2 van a resultar muy caras. No tiene sentido invertir en una infraestructura de aquí a varias décadas si en ese tiempo vamos a dejar de usar el carbón. Tiene más sentido invertir ese dinero en energías limpias.
La energía nuclear es y seguirá siendo residual. Hay muy poderosas razones ambientales para oponerse a ella, aunque la mas de peso es sin duda la económica. Las inversiones son muy caras y solo tienen sentido a largo plazo. Los 435 reactores que funcionan hoy en día, podríamos alcanzar el pico del uranio entre el 2040 y el 2050. Con más reactores el pico se alcanzaría aún más rápido. ¿Qué sentido tiene invertir ahora si el suministro no está garantizado?
Vamos a llegar a 100% renovables en el siglo XXI, lo queremos o no, simplemente por el agotamiento de las otras fuentes de energía. El país que controle mejor esa transición ganará el juego. Pero no nos engañemos las renovables no van a permitirnos el actual derroche de energía. El consumo es hoy por hoy insostenible.
Europa ha demostrado que se puede mantener un nivel de vida comparable al de Estados Unidos con la mitad de la energía. Pero no es suficiente. Mas allá de la eficiencia, el ahorro de energía va a ser el gran imperativo en la próxima década si queremos evitar el apagón.
Los tres escenarios energéticos de futuro.
Actualmente estamos en el primer escenario: la máxima combustión. Los países industrializados y en vías de industrialización mantienen prácticamente todos los esfuerzos por mantener el crecimiento convencional; esto es, aumentando el consumo de energía y de explotación de los recursos. Hay indicios de que estamos moviéndonos hacia el segundo escenario: la solución limpia, en la que los gobiernos hacen esfuerzos coordinados para mitigar el cambio climático e invertir en nuevas tecnologías para reducir las emisiones. Pero en este escenario aún tiene un gran peso el carbón y las inversiones para secuestrar el CO2. Hay que dar un paso más allá, y avanzar necesariamente hacia el tercer escenario: la sociedad postcarbono. Este escenario va a requerir una transición más o menos dolorosa durante 20 años, hasta que se estabilice la proporción de energía neta disponible. Vamos a tener que cambiar radicalmente nuestras pautas de producción, movilidad y consumo: la economía tendrá que relocalizarse necesariamente.
En la sociedad post carbono nos moveremos mucho menos: los aviones serán los grandes dinosaurios del siglo XXI. Habrá mucho menos coches circulando por nuestras calles: ni los biocombustibles ni el motor eléctrico podrán mantener la flota actual de automóviles. La transición se empezará a hacer en las ciudades, con movimientos como Transition Towns o Post – Carbón Cites, que ya están dando los primeros pasos. Las grandes metrópolis adoptarán planes de choque y volverán a ser la suma de los pequeños barrios, unidos por el transporte público. Las ciudades pequeñas se adaptarán mejor a los criterios de autosuficiencia energética y alimenticia. Habrá una tendencia a la descentralización y a reruralización. Se crearán incentivos para que la gente vuelva a la tierra, y brotaran las granjas urbanas. La amenaza del cambio climático forzara también la inmigración hacia el interior, donde no exista el riesgo de la subida de los océanos y esté garantizado el suministro de agua… El futuro de nuestra energía estará definido por los límites y por como responderemos a esos límites.
Tenemos que redefinir el modelo económico. Ha llegado el momento de admitir que no tendremos ni la energía ni los recursos para mantener este estilo de vida. Pero los cambios no significan necesariamente autoprivación. Tenemos que pasar de maximizar la producción y el beneficio a maximizar la calidad de vida y la felicidad. Todos tendremos que poner de nuestra parte. Debemos diseñar un modo de vida más sostenible, más local, más lento, más feliz. Y eso significa poner más énfasis en la cultura, el arte y la educación. Esa es si acaso, la transición más necesaria: ha que embarcar a los niños en la dura tarea de cambiar nuestra sociedad; no les podemos seguir enseñando a ser Brothers en Wall Street.